Como la aparente serenidad de la mujer del pañuelo del Aquelarre, pero realmente como el muchacho del rostro desfigurado.
Miradas desorbitadas.
Poco a poco nos hacemos pequeños ante los días, que pasan impasibles a nuestro alcance.
La impotencia nos incita a gritar, pero no podemos evitar desintegrarnos, hasta que llegue algo que nos reponga las fuerzas.
O no.
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