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lunes, 12 de septiembre de 2011

The best souvenir from Chicago

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lunes, 1 de agosto de 2011

Desde Amsterdam con nostalgia

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Imposible dormir en este avión rumbo a lo cotidiano. La diferencia horaria no deja que el cuerpo tenga sueño. O quizás como alguien dijo, volver y contarlo sea un premio. En cualquier caso es una situación extraña, que mezcla mi pena por dejar la ciudad más bonita que he visto en mi corta andadura como viajante, y las ganas de volver a ver a todos. ¿El mejor recuerdo? Las Miller, sin duda, y esa casita encantadora en Round Lake.

Chicago, ciudad de contrastes. A veces maravillosa y a veces cruel. Si no compensara, no echaría de menos cada uno de sus rincones a pocas horas de haberla dejado. De la windy city paso a la ciudad del cierzo, y al pueblo de la tierra madre, la vida padre. Es la realidad, tan bonita como estas vacaciones, así que me siento afortunada.

jueves, 28 de julio de 2011

Una espía en Chicago THE END

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Me acuerdo de cuando vine: los nervios, la maleta, la espera, no ver a Miguel en tantos días, la gente nueva, el inglés, los rascacielos, la escuela de Chicago... El primer día miraba absolutamente boquiabierta a cada detalle de mi alrededor. No era para menos. Me parece asombrosa la rapidez con la que nuestra mente y nuestro cuerpo se aconstumbran a un sitio nuevo. Ya no me parecen los edificios tan grandes ni yo me siento tan pequeña. Ya me he acostumbrado a esta ciudad: Chicago ya no será para mí algo inalcanzablemente sublime, pero yo siempre seré lo que sea (en parte) gracias a la ciudad del viento.

domingo, 24 de julio de 2011

Last weekend

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El día ha sido muy movido aquí: me he levantado encontrándome bastante mal porque me he resfriado un poco (los cambios de temperatura, las lluvias inesperadas, el aire acondicionado de todos lados en contraste con el calor...). Pero cuando he bajado estaban preparando un desayuno que te mueres: dos tostadas de pan rellenas con queso filadelfia y fresas, pasadas por la sartén rebozadas en huevo, y con sirope. Se me han quitado las penas en un momento. Después, Ashley y Sidney (las hijas de Pat), Jenny (la taiwanesa), Laetitia (la francesa) y yo nos hemos ido a otro estado: Wisconsin, a un Outlet más gtance que todos los centros comerciales de Zaragoza juntos. También ha habido centro comercial en Guarnee Mille, donde nos hemos reunido con la amiga de Ashley (la hija mayor), Shina, y su hermana Erika, y hemos seguido tirando de tarjeta. Shina nos ha invitado a cenar a casa de sus abuelos, una barbacoa en un jardón gigante. Eran dos abuelitos encantadores, y hemos hablado un montón sobre americanos, españoles, franceses... really nice.

Cuando hemos vuelto a casa hemos conocido a una compañera nueva, que viene en lugar de la española que solo aguantó un día antes de mudarse a la residencia. Es china y tiene 34 años, es muy rara, pero ya me estoy acostumbrado. Y nada va a estropear mi última semana aquí.

jueves, 21 de julio de 2011

Una espía en Chicago I

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Una de las muchas negras que controlan el tráfico da con su pivote de plástico a un coche que se ha estacionado en la puerta de Union Station, impidiendo que el autobús llegue a su parada. El señor gordo que está sentado detrás de mí llama a su mujer para decirle que llegará a Round Lake a las 7 pi eim. Ya no tengo que preocuparme por saltarme la parada: con esperarle basta.

Lo que sí me preocupa es que Jenny haya cogido también el tren de las 5:50 y esté en el mismo vagón. Pero entonces un señor trajeado se sienta a mi lado, camuflándome detrás de las grandes páginas de su Chicago Tribune, abierto por las páginas de Chicagoland.

Ayer hubo problemas con la electricidad de los trenes y estuvimos durante mucho rato sin aire acondicionado. Es terrible el calor que está haciendo estos días, aunque el contraste entre los sitios cerrados (donde el aire acondicionado es más importante que la luz) y la calle nos dejará a más de uno el resfriado como recuerdo de Chicago. 


Martes con los impresionistas

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Aquí nadie se queda quieto. El lunes, Y y yo fuimos al Chicago's History Museum y lo aprendimos todo sobre esta ciudad que nos tiene encandiladas a las dos. Por la tarde, la chica española que había llegado el domingo decidió que se mudaba a la residencia y la acompañé a casa no muy tarde para que recogiese sus cosas. Aunque repetí a Jenny varias veces lo cansada que estaba, a ella le importaba ocho pimientos y decidió montar una fiesta de pijamas: ella ponía la bebida. Me engañó y me dijo que era una bebida coreana muy parecida a la cerveza, pero cuando lo probé creí que aquello tenía más grados que el vodka ruso. En algún momento de la noche me dejó dormir.

El martes se empeñó en ir andando a donde habíamos quedado con Yolanda, y llegamos tarde, claro, en una ciudad tan grande el metro está para algo. Inconvenientes afuera, fuimos al Art Institute de Chicago, a flotar en las nubes un poco. Primera sorpresa, de repente: Matisse. Bueno, teniendo en cuenta que era una exposición itinerante sobre el arte contemporáneo tenía su lógica. Pero por poco alcanzo el éxtasis cunado entramos en el salón de los impresionistas. 

El primero fue, no podía ser de otro modo, mi querido Cézanne con su Madame. Oh my godness. Le siguió Monet, Toulouse, Gauguin, Van Gogh, Seurat... Me detuve mucho rato pensando en las pinceladas cargadas de furia que dejaba Van Gogh en su Habitación, o Autorretrato, y pensé que en esos momentos yo sería capaz de hacer algo semejante. Solo faltó mi favorita: La noche estrellada. Los Nenúfares de Monet, las Tahitianas de Gauguin... Podría estar hablando de ello durante horas porque jamás he visto tanta belleza junta. Salí, efectivamente, flotando en las nubes, y fuimos a comer a uno de los restaurantes más antiguos de Chicago, con unas vidrieras muy monas, pero ya nunca nada tendría parangón con lo que acababa de ver.



El resto no es de ningún interés hasta este mismo momento, las 10:09 en Chicago, después de haber cenado una rica tortilla de patata. Me voy corriendo a la cama antes de que llegue Jenny con muchas ganas de hablar del musical. Mañana iremos a Chinatown, ¡como si tuviera poco con una china!

Pesadilla en Chicago

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Chicago, 9:37 de la noche, hora local. Una joven española está sentada frente a su ordenador en alguna parte del mundo muy opuesta a la que le pertenece. Es un lujo poder disfrutar de la tranquilidad, algún rato. Desde que llegó Jenny, mi compañera de cuarto taiwanesa, aquí no ha habido un solo día de paz. A parte de que me despierta por la noche porque no tiene sueño y le apetece hablar, si no es que ha quedado para chatear con alguien a las 3 de la madrugada. Aunque se me pega como una lapa todo el día y no deja de repetir "we will go together!", es desagradable cuando habla porque hace ruidos y come con la boca abierta, si no es que habla al mismo tiempo. Pocas veces había tenido la sensación de no poder soportar en absoluto a una persona, pero en Chicago tenía que vivirlo, y encima las 24 horas. Afortunadamente esta noche se ha ido a ver el musical de West Side Story y volverá cuando yo esté dormida, aunque sé que no tendrá inconveniente en despertarme.

domingo, 17 de julio de 2011

AWESOME

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Esta ciudad no deja de sorprenderme. Cuando crees que ya has visto lo más espectacular, surge algo superior. Un fin de semana redondo, al que solo pongo una pega: las protuberancias que me están saliendo en los pies. Y les he dicho muy seriamente: "Aunque os pongáis en mi contra, no voy a dejar de andar, así que vosotros elegís si con dolor o sin dolor. Ellos eligen con dolor. Pero a pesar de ello, ya se está formando una capa de piel dura como a los aborígenes australianos y espero que la semana se desarrolle satisfactoriamente.

Pies aparte, menuda pasada el musical de La Bella y la Bestia, una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida. Ello, unido a un emplazamiento privilegiado en el Oriental Theatre, me han dejado extasiada. Antes de ir al musical, Y y yo hemos estado desayunando en la típica cafetería de huevos revueltos, y ya nos hemos quedado comidas para todo el día. También hemos estado en un rastrillo de los domingos, pero eso prefiero no recordarlo porque he estado a punto de derretirme, parecía que nos habíamos trasladado al desierto, de repente. Y antes incluso, ayer por la tarde-noche pudimos disfrutar de un típico festival de música y artes, con un Funnel Cake para poner el broche de oro. 

Cuando he llegado a casa tenía roommates nuevas: Laetitia, de Toulouse, y Bea, de Madrid. Además, de Jenny (no se escribe así porque es taiwanesa, pero aquí se americaniza rápidamente), que está conmigo desde el viernes. Están pensando en mudarse a la residencia por lo lejos que estamos de la civilización, pero yo ya le he cogido el gustillo a esta casa y a este pueblo, incluso al tren de cercanías. Cada vez que Pat nos pilla a Bea y a mí hablando en español nos echa la bronca, así que el destino querrá que aprenda inglés. Es broma, estoy aprendiendo un montón cada día que pasa. 


Mañana empezamos ya la segunda semana en Chicago, a ver si la exprimo tanto como la anterior porque estaré en España en un vuelo (no hace mucha gracia, ¿no?).

viernes, 15 de julio de 2011

Y el tercer día se hizo la luz

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Cuando llegué ayer a casa, después de caminar, a tientas, desde la estación sin perderme, por fin teníamos luz. Pat estaba cocinando todo lo que se le había ido descongelando, para que no se echara a perder, y ahora hay varios kilos de brocoli y pollo en la nevera. Estar en esta casa, después de todo, me reconforta. Hoy he llegado a casa absolutamente cansada y dolorida, pero aquí me siento mejor. 

Hoy he podido comprobar que los taxidermistas del Museo de Historia Natural de Chicago hacen su trabajo bastante bien, aunque es raro ver a tantos animales disecados como había en el arca de Noé. Una mañana intensa después de un madrugón con todas las letras, porque hoy tenía clase muy pronto. Pero se recuperan y que nos quiten lo bailao: como no nos daba tiempo a dar el paseo en barco por el Río Chicago, hemos cogido la blue line de metro, y nos hemos plantado en medio de la nada, dispuestas a encontrar algo. No os preocupéis, teníamos objetivo y mapa, y dando varias vueltas que casi desesperan a nuestra acompañante, hemos llegado a Greektown. Encantador, me quedo con las ganas de volver a uno de esos pequeños restaurantes con banderas azules y blancas; aunque no son para menos los que estaban por ver en Little Italy. 

Chicago alberga muchas sorpresas, y solo me quedan algo más de dos semanas para descubrirlas. No me voy a quedar quieta. Se aproxima un fin de semana intenso, también. Seguiremos informando desde la corresponsalía en Chicago.

martes, 12 de julio de 2011

¡Que no pare la fiesta!

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Cada día aprendo alrededor de ochenta cosas nuevas en Chicago. Es maravillosa. Me pierdo, me encuentro, me vuelvo a perder. Hoy me tienen que venir a buscar a Grayslake, el pueblo de al lado, porque el siguiente tren que iba a Round Lake llegaba tardísimo. Aquí tardísimo son las siete y media, hora de cenar.

Ayer llegué casi a las nueve porque hubo retrasos durante todo el día por la tormenta de la mañana. Casi vuelvo locas a Pat, Ashley y Sidney porque el móvil que me han dejado apenas suena y no les cogí ninguna de sus cientos de llamadas. Pero ellas también me vuelven loca a mí porque una consecuencia de la lluvia es que se va la luz de las casas de los pueblos. De modo que ahí estaba yo, cenando pollo y patatas asados en la barbacoa, cuando me dice Pat que se lleva a las chicas a dormir a casa de una amiga porque si no no podían ver la tele.

Estaba sola, con un perro gigante, aunque Buzz (de Buzz Lightyear) tenía el mismo miedo que yo; en una casa prefabricada en medio de la nada. Cené corriendo y me subí al cuarto a leer con una linterna, hasta que el calor me dejó dormir.  Aún no sé si hoy habremos recuperado la luz, depende de cuándo publique este post.

Hoy he tenido mi primera clase de inglés: ha sido muy entretenida pero como con Peter en ningún lado. Aunque han sido dos horas, han pasado muy rápido porque eran al mediodía, y ya habíamos estado patenado la ciudad.

Pateando literalmente: tras visitar el Contemporary Art Museum, hemos subido a la Water Tower, el único edificio que sobrevivió al incendio de Chicago. Desde ahí arriba, los rascacielos parecían insignificantes. 

CHICAGO IS REALLY AWESOME

lunes, 11 de julio de 2011

Una espía en Chicago

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La hora de tren que hay entre Chicago y mi casa en Round Lake (Chicagoland) es buen momento para recapitular.  Madrugar no importa, hoy no ha importado; incluso estaba despejada. Es la ilusión que no te deja tener sueño cuando tienes muchas ganas de algo. 

“Tickets, please” canturrea el revisor. Tome, tome, ya puede revisarlo después de los doscientos dólares que me estoy gastando en transporte público. Ni siquiera eso importa. Chicago no deja de ser un sueño incluso estando aquí mismo. El LOOP lleva dejándome boquiabierta todo el día. Cada edificio era igual o más asombroso que el anterior.

Lo malo –en todo paraíso hay una manzana­– es la irregularidad con la que es capaz de cambiar el tiempo. Cuando salía de casa a las six ei eim, el calor me ha dado un bofetón. Pero cuando bajaba con Pat (mi madre americana) del autobús, ha empezado a llover como si fuera la última vez.

 He estado toda la mañana empapada, mientras un grupo de americanas gritonas, staff de EF, repetía que llegar tarde a clase por culpa de la lluvia no era una excusa. Me han entrado ganas de decirle que si, tal y como prometían, las casas estuvieran a menos de una hora de la escuela y no a dos como es mi caso, a lo mejor la lluvia no tendría tanta culpa, porque el transporte público se retrasa. 

Así y todo, este no es un blog de crítica a EF. Daría para rato, pero ya hay otros. Mejor nos centramos en las maravillas de Chicago, como la pizza que nos hemos comido hoy:



Chicago, here I am

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Cuando te pones nervioso nada va bien. Es un hecho científicamente comprobable. Nos vamos a la cama porque mejor pensar en que mañana será otro día. Mañana será mi día. Hoy sido un día de esos de muchas más de veinticuatro horas, en los que el acumulamiento de cansancio no deja que salga nada bien. 
Después de un vuelo en el que cinco horas se me han pasado volando entre la pantalla mágica, los accesorios y el cátering, y las otras cinco se me han hecho eternas porque se me ha puesto un dolor de cabea insufrible, y por más que intentaba dormir y falta me hacía (y hace) no había manera; mi chófer se pierde durante 45 minutos, no me extraña, hasta encontrar mi casa. Sorpresa: EF me ha cambiado la casa sin decirme ni mu. Una casa regentada por una señora cuanto menos curiosa, y sus hijas muy diferentes a ella. Un poco de bajón me ha dado, pero sobre todo porque de 30 minutos del centro, había pasado a hora y media. Mañana buen madrugón para estar prontico en la Escuela para nada, pero los viajes en tren y bus no me los quita nadie, y que me voy a perder, tampoco. 

Todo es tan americano. Yo me repetía: es tal cual como en las películas. A parte de las típicas casitas prefabricadas (yo vivo en una de ellas), con la ranchera aparcada a la izquierda, después de cenar hemos ido a comprar al supermercado. Jamás había visto tantos tipos de cereales y leche distintos. Al parecer, me voy acercando a la familia, y ellas van depositándome un poco de confiana, que yo creo que alguien se la ha arrebatado. Y en tal caso, como he llegado a la conclusión de que mejor tomármelo con tranquilidad, he podido hacer que los aparatos tecnológicos, los que me conectan con una vida, que aunque desordenada, la prefiero muchas veces a esta descordura americana. Es verdad que cuando esstás lejos necesitas cerca esos elementos que te hagan sentirte esencial en algo, que tienes unas raíces, que tienes a alguien que jamás te habías parado a pensar en lo perfecto que era.

domingo, 10 de julio de 2011

Autobuses A Locos Servimos Asientos

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Una película. No de miedo, sino en de autor, o cine alternativo. Solo un 15% de los viajeros de este bus de ALSA somos españoles. Detrás nuestro, un señor ronca como si no hubiera mañana. Un chiflado a ratos se levanta y da vueltas por el autobús, discute con alguien, habla en inglés... Miguel dice que estará drogado, pero yo creo que es algo interno, que aunque se drogue, algo de locura traería de su casa. Claro que para hablar de locos hay que ser muy relativos, porque creo que todo el mundo alberga un ápice de majadería en algún lugar de su interior. Me duele la tripa, y aunque Miguel dice que necesito ir al baño, yo sé que son los nervios de si daré la talla en esta aventura.

Ahora estamos abrazados, con la misma intensidad que el sonido de los ronquidos del extranjero (nunca se me ha dado bien identificar acentos). Del autobús solo se ven las lucecitas naranjas del aire acondicionado, la radio, mi Blackberry, y mi reflejo en la pared. Miguel duerme porque el viaje se le está haciendo eterno. Yo no quiero perderme ni un segundo de la aventura. Pero por otro lado me gustaría hacer eterno este momento. Los dos juntos, abrazados, en silencio, a oscuras. A mi alrededor soy yo la única con cierta actividad mental, aunque este autobús es muy largo y seguro que el francés con sombrero de paja al que le hemos pedido fuego en el área de servicio, está escribiendo poesías para completar la sorpresa que le va a dar a una chica que conoció en Madrid cuando estaba de prácticas. Cuántas historias; como dijo ayer una gran amiga, a veces no valoramos todo lo que tenemos alrededor.

viernes, 8 de julio de 2011

Se acerca el momento

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Las tripas en otro lado, nervios a flor de piel y solo un día para emprender la aventura. Casi un día de intensa actividad antes de llegar a Chicago, la tierra prometida.

miércoles, 6 de julio de 2011

Insomnio pre-Chicago

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Ahora empieza a darme cierto respeto esto de irme tan lejos. Siempre he sabido valerme por mí misma, y no creo que tenga que ser diferente en otra ciudad, pero aún así hay muchos factores que empiezan a no dejarme dormir por las noches a la hora que tenía previsto. Además de repente me siento una completa idiota: parece que por muchos años que lleve estudiando inglés, se me haya olvidado todo. Me pongo melodramática "por lo que pueda pasar", pero él como siempre, aguanta el chaparrón con entereza. No todo son malas sensaciones, ni mucho menos, también paso muchos ratos con la sonrisilla picarona de quien sabe que este va a ser el viaje de su vida. También es eso lo que me tiene despierta ahora: la impaciencia ante tantas cosas nuevas por ver; muchas, maravillas, según he investigado. La espera por conocer a mucha gente nueva, todos ellos con las mismas ganas, supongo, de reír que yo tengo. Y aprender, claro: aprender, descubrir, evolucionar. Estoy segura de que este viaje me va a cambiar, va a ser lo que necesitaba para comprobar que el mundo no se acaba aquí, con los pequeños problemas y alegrías que marcan la pequeña vida diaria en Zaragoza: Chicago amplía potencialmente mis posibilidades, para darme cuenta de que hay tanto...