Cuando llegué ayer a casa, después de caminar, a tientas, desde la estación sin perderme, por fin teníamos luz. Pat estaba cocinando todo lo que se le había ido descongelando, para que no se echara a perder, y ahora hay varios kilos de brocoli y pollo en la nevera. Estar en esta casa, después de todo, me reconforta. Hoy he llegado a casa absolutamente cansada y dolorida, pero aquí me siento mejor.
Hoy he podido comprobar que los taxidermistas del Museo de Historia Natural de Chicago hacen su trabajo bastante bien, aunque es raro ver a tantos animales disecados como había en el arca de Noé. Una mañana intensa después de un madrugón con todas las letras, porque hoy tenía clase muy pronto. Pero se recuperan y que nos quiten lo bailao: como no nos daba tiempo a dar el paseo en barco por el Río Chicago, hemos cogido la blue line de metro, y nos hemos plantado en medio de la nada, dispuestas a encontrar algo. No os preocupéis, teníamos objetivo y mapa, y dando varias vueltas que casi desesperan a nuestra acompañante, hemos llegado a Greektown. Encantador, me quedo con las ganas de volver a uno de esos pequeños restaurantes con banderas azules y blancas; aunque no son para menos los que estaban por ver en Little Italy.
Chicago alberga muchas sorpresas, y solo me quedan algo más de dos semanas para descubrirlas. No me voy a quedar quieta. Se aproxima un fin de semana intenso, también. Seguiremos informando desde la corresponsalía en Chicago.
0 comentarios:
Publicar un comentario